Me siento chiquita de nuevo. A un paso de febrero y juro que quiero que no llegue, que no llegue, que no llegue.
Me siento chiquita de nuevo, como cuando le tenía pánico (ahora solo me causan horror) a las cucarachas; en noviembre mi casa se llenaba de cucarachas. Y mi mamá no tuvo mejor idea que decirme que noviembre era el mes de las cucarachas. ¡Que no llegue noviembre!, me decía a mí misma, para adentro, y a veces se me escapaba el susurro. Antes de dormirme lo rezaba en suspiros, una y otra vez: ¡Que no llegue noviembre! Después, crecí. Las cucarachas aparecen en cualquier mes en el que el clima las acompañe y yo ya no les tengo pánico, solo me causan un poco horror. Y noviembre se volvió normal. Ni ansiado ni ahuyentado. Simplemente un mes más.
Y ahora llega febrero. Funesto febrero. Fúnebre febrero. Y siento que no sé si quiero que llegue. Inevitable es que venga, que llegue, que se quede por unos días. Por suerte febrero es corto. Pero no deja de ser fúnebre. Y gris.
Y desde aquel febrero te ganaste la residencia permanente en mi cabeza. Te ganaste la eternidad en mi mente, solo hasta lo que dure mi mente.
Lo malo de febrero es el recuerdo. Pero..., por otro lado..., no necesito de febreros para recordarlo.
Y va a llegar, y voy a recordar, y va a ser inevitable.
En algún momento creceré, y la llegada del mes me será indiferente, no así el recuerdo. Pero siempre será funesto.
Febrero siempre será gris.