Me pasa que siento que te miré con rencor; que no te di la mano para ayudarte, sino que te la di para soltarte y que te fueras, suelta, liviana, rapidito y sin chistar.
Y ahora que no estás, que flotás, que no vas a volver..., ahora es cuando siento que te miré mal, con ojos de esos que no quieren ver más, onda, entre-abiertos pero sin pispear. Tipo de reojo pero hacia el otro lado...
Me pasa que siento que tendría que haberte dejado en ese recuerdo de perfecciones oníricas, y ahora quizás, en una de esas, me pasaría que no te sentiría sobre mi espalda.
Entonces, solamente me solté para que te quedaras pegada. Me abrí para que me encerraras. Me fui para que no me quedara encima, sobre los hombros, toda esa pesadumbre de lazos, entrelazos y tijeras oxidadas. Y acá me ves, pues, mirando hacia la ventana empapada de caos torrencial, sin tener obligación de pensarte, pero sin posibilidad aún de olvidarme del todo lo que pasó.
Yo sé que podría llorarte como nadie, hasta podría llorarte como nunca. Y no es lo seco de mis pestañas lo que me atormenta. Es que, todavía, un poco-quizás-bastante me cuesta darte todo ese gusto. Eso solo es así porque te miré con rencor. Te observé irracional. Te condené por tus últimos sollozos. Antes de eso, igual, aún así, dejé mucho de mí para contentarte. Antes que nada, busqué y moví todas las posibilidades. Y antes que todo, no funcionó ni tampoco te lo expliqué como era debido..., ¿para qué? ¿entre cuántos otros sollozos?
No me interesa pedirte que vuelvas para mirarte de nuevo, me interesa terminar de sacarte, así como quise que te fueras, suelta, liviana, rapidito y sin mucho chiste. Pero te siento, en lo profundo del punto más interno, en el adormecer de mis extremidades...
Me pasa que siento que no quiero pensarme dolida, porque también sé que no lo hubieras querido así. Me pasa que quisiera mirarme de otra manera, para mí, para con mis partes, con menos desinterés, quizás con un poco más de rencor.
Yo necesitaba que vos no necesitaras nada más. Nunca me di cuenta de que además, iba a necesitar decirte más cosas, mirarte de mil maneras y disfrutar el soltarte, el irme despacio y sin apuro hasta no verte más sin lugar al arrepentimiento de escupir un mes después todo lo que no te escribí.