Si alguna vez tuve algún enemigo o alguien que –entre muchas otras cosas– haya querido verme sufrir, me gustaría decirle algo.
Revuelquese usted en ese colchón de regocijo que ha dejado guardado junto a una botella del más rico champagne para descorchar en esta ocación, llenese la copa y levantela con la alegría que merece. Brinde, brinde porque pudo estar vivo para ver este momento. Y beba, beba con orgullo cuando termine de leer las siguientes palabras:
Me siento realmente mal.
Ahora sí. Disfrute mucho de esta noche. Quizá mañana me sienta un poco mejor.
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