miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi cárcel de egoísmo

Hace un tiempo intenté liberarme de ataduras, pues ya las había reconocido, ya las había detectado, ya podía eliminarlas; y mi egoísmo me jugó una mala pasada. 
Mi egoísmo. Ese mismo que se desvive por mi bienestar, ese mismo que reza por mi felicidad. Ese, mi egoísmo. Traicionada por mi propio egoísmo. 
Y ahora por ese, soy la cárcel de alguien más. Y ahora por eso, mis ataduras son de otro. 
He intentado volver hacia atrás, pero la condena ya está dictada. No se me perdona mi error. Y ser cárcel me encarcela. Y ser cárcel me quita libertad. Ser cárcel me tortura. Y mi egoísmo ya no se regocija, pues no quiere ser cárcel. Nunca quiso ser cárcel. Confundió. Confundió quizás, algo de felicidad con posesión, confundió libertad con pauta social, confundió los términos y los mezcló. Pero ahora nadie escucha su súplica, nadie escucha su perdón.
Y mientras otro está atado por mis sogas, yo estoy encadenada por mi error; pues mis cadenas nacen del atado. Y su condena me condena. Y mi preso es mi verdugo. 
Ambos necesitamos libertad. Ambos necesitamos salir de la cárcel de mi egoísmo. 
Esto me hace sentir mal.

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