lunes, 6 de junio de 2016

La noche por los techos o la autopista

Anoche mientras dormía, me elevé. Sobrepasé todos los límites físicos de mi cuerpo y me fui al techo. Sin peso, sin frío, sin dramas, arriba, pum, de una.
De todas las veces que me vi, parada, paralela, reflejada, retratada, esta fue la primera vez que me miré bien de posta. Así, ida, despojada, indefensa, inconsciente y vestida de sábanas sucias.
Anoche mientras dormía, toqué el techo con los pies y me fui caminando por todos los rincones sin sacar la mirada de mi cuerpo durmiente.
Después de unos segundos, ya no quise verme. Prefería irme, salir, correr de cabeza, saltar arañas, esquivar sus telas, perseguir mosquitos, asustarme de las cucarachas, dibujar en el polvo intacto y eterno de arriba de las lámparas... Pero me quedé. Y me miré. Y me vi dormir libre y me vi soñarme en el techo. Y me sentí sin peso..., por un rato.
De la nada, una pequeña parte de mí se volvió pesada, como un tanteo de culpas y juicios de mis propias libertades. Dormida y entre sábanas sucias, me enfrento a mí misma en una lucha constante, pasional y lujúrica, de esas que incluyen fluidos y otras hierbas. Un enfrentamiento carnal y desgarrador de ropas que termina de un momento a otro, cuando uno eyacula ideas en un pedazo de papel y lo guarda en un cajón con un puñado de inconsciencias y dos cuartas partes de curiosidad. Hasta que finalmente, ese enjambre de gemidos se abre y explota y se lo chupa todo ese agujero negro que succiona todos los haces de luz y desemboca en el 45 semirápido mientras baja de la autopista desde 9 de julio hacia Avellaneda. Después, todo vuelve a empezar, como si nada, como si todo, normal y cotidiano. Y con aquella pieza, parte pequeña, cada vez más diminuta, que de alguna manera, pasa de ser un yunque de costumbres absurdas a subir los pies y bajar la cabeza, mientras yo respiro profundo, y subo en contracción, redondita, con las rodillas flexionadas, acomodando la espalda vértebra por vértebra.
Exhalo, me desinflo y vuelvo a caer. Bajo despacio, relajada, me acomodo entre las sábanas sucias de ideas, lujuria y pelo de gato. Me hago una sola cosa con las sábanas. Y me uno toda entera a mi dormida yo. Y ya no me separo, ya no me elevo; pues no carezco de liviandad; pero, ante todo, mi cuerpo me necesita.

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