sábado, 5 de marzo de 2005

Una Mano Solidaria...

Era cerca del mediodía. En los últimos días del mes de febrero. El sol arreciaba. Un hombre con su familia esperaba en la cola de la parada, frente a la Estación Constitución, la llegada del colectivo 38. Hizo ademán de buscar su billetera. Introdujo primero la mano derecha en el bolsillo interior del saco. Luego, con cierta nerviosidad, la buscó con ambas manos en los demás bolsillos del saco y, finalmente, en los del pantalón.
El resultado de la búsqueda se tradujo en gritos:
- ¡Me han robado la billetera!¡Me han robado la billetera!
En ese momento, lo interrumpió un señor mayor, de aspecto venerable, muy bien trajeado, que le dijo:
- Hombre, ¿cómo ha sucedido?
- No sé, no sé- respondió, con tono angustiado, la supuesta víctima del hurto-. Sólo recuerdo que cuando bajé, hace unos minutos, del tren, la tenía.¡Qué desgracia! Era todo el dinero con que contábamos. No sé qué voy a hacer ahora. Acabamos de llegar de Mar del Plata. No tenemos ni siquiera para pagar el colectivo.
Su interlocutor, con gran figura, sacó su billetera de yacaré y extrajo de ella unos billetes, diciendole:
- Tome amigo, no se haga más problemas. Con esto pueden llegar usted y su familia hasta su casa.
- No, por favor, no puedo aceptarlo.
- Vamos, hombre, no haga cumplidos. Hoy lo hago por usted. Espero que algún día usted pueda hacerlo por mí o por otro.
Este último argumento lo convenció. Y el hombre, en medio de grandes expresiones de agradecimiento, se aprestó a subir con su familia al colectivo.
- Gracias, mil gracias. Y usted ¿no sube?
- No. Espero el otro que viene vacío. A mi edad quiero ir sentado. Ustedes, en cambio, son jóvenes.
El hombre subió al colectivo cargado de una gran valija. Su esposa llevaba un bolsón y un paquete que, por su formato y aspecto, se adivinaba era una caja de alfajores marplatenses. Los niños también portaban bultos. El más pequeño iba munido de un baldecito de plástico y una palita. Nadie podía dudar de que era verdad lo dicho por ese hombre. Él y su familia tenían todo el aspecto de haber llegado de regreso de las vacaciones.
Una vez que el colectivo se alejó, el venerable señor cruzó la calle y se metió en la plaza. Y se dijo para sí que había sido una buena acción haberle dado el dinero a ese pobre hombre. O mejor dicho, una brillante idea. Sobre todo si se tomaba en cuenta que, cuando el hombre comenzó a gritar, había un vigilante en la esquina y habría podido oír las voces de reclamo.
El venerable señor continuó su marcha hasta perderse por Lima, mientras acariciaba, en el bolsillo derecho de su pantalón, la billetera de aquel hombre.

Emilio Breda.

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