sábado, 13 de febrero de 2010

Viaje al Campo de frutillas I, 4.ª entrega

Miércoles 03 de febrero de 2010


Ahora me voy a leer a la playa. Llovió mucho a la madrugada. Durante la mañana también. El día está muy gris. Seguramente más tarde llueva de nuevo. Pero en este momento, la playa está hermosamente vestida de gris. La gente no opaca su belleza porque sus días de verano y sol no son hermosos con lluvia. Entonces, salen a pasear por el centro y divierten a sus hijos en los videojuegos y me dan la libertad de poder salir a disfrutar de un libro, un poco de música, unos mates y alguna que otra foto en ese espacio de arena húmeda y furioso mar.


Vivir sola no es desaparecer del mundo, necesariamente. No creo haber sido extremista, por eso estoy tan cómoda y disfrutándolo. El mensaje o el llamado sólo son eso respectivamente. Porque una vez que dejás el celular volvés a estar solo. ¿Qué tan bien puede enfrentarse uno a eso?
No extraño con ese desgarrador sentir de necesidad de ver a alguien en particular, como ya me hubo pasado. Así que, básicamente, no extraño.
Y no me aburro. Leo, cocino, miro películas, escribo, escucho música, tomo fernet, saco fotos, fumo, tomo mate, me depilo, miro fotos, limpio, salgo a caminar, voy a la playa cuando la gente ya se va, duermo, duermo desnuda, me río a carcajadas de distintas cosas que me acuerdo o que se me ocurren, lloro cuando recuerdo algo o pienso en algo en particular. Siento. Pienso. Analizo. Abro los ojos a muchas cosas. ¿Cómo aburrirme?
Soy una solitaria, claro está. Una suicida descalza, tal vez. Que no esté no quiere decir que haya desaparecido.

Esto de vivir sola en este departamento puede pasar a ser de copado a peligroso ergo, revelador.
Hasta ahora fue un muy buen día. ¡Jajaja!

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