viernes, 26 de marzo de 2010

Diario de un colectivero

18 de marzo de 2010

Hoy me tocó el turno de la mañana. Una lástima, me estresa la mañana. La gente está histérica a esas horas. A nadie le gusta levantarse tan temprano y tener que estar con la cara por el piso del sueño, encerrado y apretujado en un estanque con ruedas. A mí tampoco me gusta manejar en esas condiciones. Yo también quisiera seguir durmiendo.

La salida desde la terminal es tranquila. Se ocupan todos los asientos, pero la gente está tranquila. Uno ve a tanta gente todos los días... Y hay de todo, eh.

Están las que, claramente, van a la oficina. Arregladitas, con carterita y pantalones de vestir, con esas blusitas que seguramente compraron en algún impulso mientras paseaban por alguna peatonal del centro sin parar de hablar con alguna amiga que hacía tiempo no veían por tener poca disponibilidad horaria. Claro, entre la facultad y el trabajo...

También se ven a esos que van con camisas y sacos, pelo mojado y alguna mochila poco formal en la que llevan apuntes y algo de plata para almorzar. Esos jóvenes que miran a las señoritas arregladitas de oficina. Quizás, piensan en la forma de acercarse y charlar para levantarse a alguna. No. No creo. Eso era en otras épocas. Hoy todos viajan enchufados a esos aparatos que, entre otras miles de cosas, reproducen música y cada vez vienen en tamaños más chicos. Mi hijo quiere uno. Voy a preguntarle a José si conoce a alguien que me venda alguno trucho –José conoce a todo el mundo–. Más de gamba y media no gasto. Después, ¿quién mierda la soporta a mi mujer?

¿En qué estaba? Ah, sí. La gente. Hay de todo. Las peores son las señoras grandes. ¿A qué señora de 70 años se le ocurre viajar en colectivo a las 7 de la mañana cuando todo el mundo sabe que es el peor horario? Nadie lo dice, pero todos arriba del bondi lo deben pensar. A nadie le gusta dejar ese asiento sagrado que con ansias espera encontrar cuando sube a esa pecera verde que comando. ¡Jajaja! La esperanza del asiento vacío. Se les nota en los ojos. Suben casi cruzando los dedos por ver un reluciente asiento vacío. Cuando lo encuentran les brillan los ojos como si se emocionaran hasta las lágrimas. Y cuando eso no pasa, yo creo que sus corazones se rompen como si fuese una de las peores tragedias amorosas que a uno le pudiera ocurrir. Bien de novela brasuca que pasan a la tarde. Pero se hacen los duros. Se hacen los fuertes y ocultan toda mueca que exprese su dolor, su angustia, su pena. Ni que fuese tan terrible viajar parado.

Entonces, es casi lógico. Encuentran el asiento, se sientan y viajan felices por aquel hermoso acontecimiento en sus vidas. Pero…, “charán, charán”. Sube la señora. La maldita señora que no tiene mejor cosa que hacer que viajar en bondi en hora pico; señora que debería aprovechar el hecho de que, seguramente, ella ya habrá aportado mucho a esta sociedad durante sus años de juventud y por lo tanto, puede quedarse en su casa, en su pieza, en su cama. Abrigada en invierno. Fresquita en verano. Y, señora, si no puede dormir, mire la tele o tome mate. ¡No sé! Mire fotos de sus nietos, ponga la radio, barra el piso de la cocina una vez más. Desempolve viejas cosas, clasifíquelas y si no las quiere guardar más tiempo, dónelas. ¡Tantas cosas tiene para hacer una señora de su edad! ¿Con qué necesidad viene usted a subirse al colectivo a esa hora? Me juego las pelotas que todos los pasajeros piensan eso cuando la ven subir.

Menos mal que hoy no hubo ninguna manifestación. La zona del Congreso es terrible. Encima, se acerca el 24. ¡Puta!, lo que va a ser eso… Bah, no quiero hacerme mala sangre de antemano. Quizás, pueda pedir el franco para ese día. Mientras tanto, disfruto de estos mates en la terminal con Cachito.

¡Cachito! Un grande, Cachito. Siempre nos espera a todos los “muchachos” según él –40 en cada pierna tenemos los muchachos–, con unos mates, unas galletitas y un mazo de cartas para distraernos un rato entre turno y turno con un truquito. Esa media horita con Cachito es uno de los momentos más esperados durante la jornada laboral. Claro, el más importante es el horario de fin de jornada. Ese que te permite volver a casa y descansar, siempre y cuando, tu mujer no te espere con diez millones de quilombos de los que te tenés que ocupar. Y entonces, te viene con la historieta de que los pibes no hicieron los deberes o que se portaron mal en el colegio. Y yo pienso: “Oime, mujer, ¿no podés ocuparte vos de eso? ¿Tan difícil es que te impongas un poco o es que sos tan boluda que hasta los pibes se dan cuenta de que te pueden pasar por encima? Yo vengo cansado, che”. Y mientras tanto, ella sigue hablando de todas esas cosas que a mí, a esa hora, no me interesan. Es como si aún al bajar del bondi, tuviese que seguir manejando el colectivo familiar.

Menos mal que mañana me puede tocar el turno de la tarde o el de la noche. Voy a poder dormir toda la mañana.

19 de marzo de 2010

Ayer laburé todo el día. Al final tuve que cubrir a Raúl durante la tarde después de haber hecho mi turno de la mañana. Pero la tarde es tranquila. Poca gente viaja. Dentro del bondi se puede respirar y todo. El problema de la tarde son los tacheros. Está lleno. Toda capital repleta de tacheros que se cruzan, se meten, se mandan, frenan en todos lados…, se creen los dueños de la calle y manejan como el orto. Para colmo, si los puteás se atreven a responder y a mí me dan ganas de acomodar de una trompada a todos y cada uno de los boludos que manejan un taxi.

Otro problema es cuando llegan las cinco de la tarde. Ahí se genera un clima similar al matutino, solo que con la gente bastante más alterada por todas las broncas y presiones que fueron acumulando durante el día. Decí que yo soy un tipo bastante tranquilo. Igual, llega un punto en que hasta la pregunta hecha del modo más amable me rompe las bolas. La clásica es el: “¿Vas hasta tal lado?” y yo pienso: “Sí, pa. ¿Qué dice el cartel? ¿No entendés español vos? Y si no sabés si paso con el bondi por ahí, agarrá una Guía ‘T’ que tan difícil de interpretar no es”. Pero me limito a un frío, seco y apagado: “Sí” con el que demuestro lo infeliz que soy sentado delante de ese volante mientras llevo y traigo gente todos los días para que ellos laburen de algo más copado que manejar un bondi, pero que también los hace sentir unos infelices porque en este país no hay laburo de lo que uno quiere. Hay lo que hay. Y hay que bancársela. Ambicioso, en Argentina, querer trabajar de aquello que uno estudia o estudió, o quiso o quiere estudiar. Me da pena por mis dos hijos. Ojalá que ellos tengan otras posibilidades.

Tengo sueño, estoy realmente cansado. Espero que Claudia no empiece con las historias de siempre. Espero que se limite a hacer la cena y esperarme en casa con un lindo humor. Difícil que ocurra. ¿Qué pasó con esa mujer? Era tan divertida. Supongo que a ella también le joden ciertas cosas. Yo también me veo mucho más apagado que hace…, diez? No. Menos. Serán siete o cinco…, quizás tres años. Pero ella siempre fue una dulce. Aunque me rompe bastante, es una compañera divina. Se lo tengo que reconocer. Pasa que a veces no nos aguantamos. Pero, qué sé yo. Yo estoy contento de que ella sea la madre de mis hijos: Joaquín y Matías.

Joaco está por cumplir los 14. Cómo pasa el tiempo, la puta madre. Y Mati. ¡Jaja! Es una pulguita de 8. Qué pibe que me hace morir de risa. ¡Ay! Pensar en mis hijos me relaja. Son como esa música que calma a esta fiera.

¡Qué linda está la noche para unas pizzas y unas birras frescas! Voy a aprovechar hoy porque mañana me toca el horario nocturno.

20 de marzo de 2010

Linda noche para manejar. Hasta es divertido laburar un sábado a la noche. No, bueno, no es la joda loca y, claramente, preferiría estar en otro lado. Pero, es realmente divertido ver a la gente que viaja los fines de semana a la madrugada. Ya de por sí, me causa gracia la vestimenta que usan para salir. En especial, la pendejada. Aunque, hay cada cincuentona que se quiere hacer la pendeja…

Y uno ve subir cada cosa linda. Bueh, soy de carne y hueso. Por más que el camino esté delante, uno también tiene que mirar quien sube, ¿no? Y mirar si sacan bien el boleto, y si viajan acompañadas o solas…, además si se visten así es porque quieren que las miren. Y yo soy un hombre que hace lo que ellas quieran que haga.

Sí, también viajan todos apretados como en otros horarios –más que nada camino a Capital–. Pero el clima entre la gente es distinto. Todos están de buen humor. No tienen una obligación por delante y se nota.

La vuelta ya es otra cosa. Es muchísimo más tranquila. La “onda verde” en las avenidas es casi la mismísima gloria. Lo único que jode son los boludos que chupan y salen a manejar. Después pasa lo que nos desayunamos los domingos a la mañana en el noticiero. Accidentes por todos lados. Esa es otra de las cosas que me da miedo por mis hijos. A Joaco no le falta mucho para empezar a salir de joda. Ojalá sea un pibe vivo para esas cosas. Espero que no se meta en líos ni haga boludeces. Pensar que cuando yo era pibe vivía sin tener conciencia de todo lo que me podría llegar a pasar en la calle, aunque antes las cosas no estaban tan jodidas como ahora. Hoy es más peligroso. Bah, no sé si es más peligroso o si se muestra mucho más lo peligroso que fue todo siempre. Digamos que durante los años de dictadura este país no fue el Edén, precisamente.

Fue un fin de semana bastante tranquilo, eh. O quizás sea que se nota la diferencia con los fines de semana de verano.

El turno se pasó rápido. O por lo menos, así lo sentí yo. Llegué a la terminal, saludé a Carlitos y al gordo Mario. Estaban desayunando antes de que les tocara salir. Me convidaron unos mates y charlamos un poco de la suegra del gordo. La vieja siempre le hizo la vida imposible. Ahora está en las últimas y parece que está más insoportable que nunca. El pobre gordo no pega un ojo hace semanas. Yo no creo que sea recomendable que siga laburando así. Pero claro, necesita el mango, como todos, bah.

Tiene pinta de que va a llover todo el domingo. Qué lindo. Fútbol, pastas, y cafecito. Ojalá que los pibes se queden jugando con la computadora en la pieza y que Claudia no me venga con eso del dolor de cabeza.

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