lunes, 10 de mayo de 2010

Fusilamiento


Sus palabras son taaan monótonas aunque su tono de voz varía constantemente. Tan absurdo. Hace como media hora ya que dejé de darle bola a lo que dice. Es que me aburre de sobremanera escuchar sus pensamientos tan básicos. Es como intentar prestarle atención a los sonidos que pueda llegar a emitir un cavernícola. Toda su imagen se parece a la de un cavernícola, sus gestos, sus movimientos, sus expresiones absurdas y carentes de cualquier sentido. No lo quiero escuchar más, por favor, es insoportable; ay, ya empezó, ya tenía que estar haciendo lo de siempre. Grita, grita y grita. Ya arrancó el discurso tortuoso, las palabras de asesino en serie ¡Cuántas veces ya me mató de la misma manera! Tiene la voz de un sicario y una intención mucho más monstruosa que la que podría tener uno de esos. Cuando empieza con todo esto es como si el cavernícola se esfumara y apareciera el verdugo cagón siempre tapándose la cara. Y todos los sonidos se apagan. Así, ahí, muy bien, qué básico que sos. ¡Qué pelotuda que soy yo! Las palabras, las palabras, suenan como un redoblante. Y la pieza, la pieza es un enorme paredón gris que no llego a ver realmente porque una venda negra me tapa los ojos. Los silencios, los silencios. No se calla. Díganle que se calle. Los silencios. Basta, basta, basta. ¡¡BASTA!! Se recargan las escopetas con esas palabras. Las escopetas, las escopetas y mis lágrimas, ay, mis lágrimas y las escopetas y el redoblante. El redoblante se calla, silencio, mis lágrimas, que se calle. Me pide un último deseo. Lloro, lloro, deseo, ¿deseo? ¡Perdón, perdón! Por favor, perdón perdón perdón, lágrimas. Perdón. Lágrimas. Deseo irme de acá. Perdón perdón.

Y los disparos.

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