lunes, 27 de septiembre de 2010

Clementina se siente culpable

Clementina tiene todo lo que una mujer de su edad tiene que tener, e incluso más. Realmente no tiene mucho de qué quejarse. Pero todas las cosas hermosas que tiene son opacadas por una sola cosa: Clementina es dócil, demasiado.
Dentro de su altruismo, es cobarde. Y por sus miedos a lastimar al resto, se olvida de ella.
—A esta altura, quisiera poder perdonarme y no olvidarlo —dice, envuelta en una toalla, delante del espejo empañado.
Clementina tiene ganas de limpiar todas sus ajenas culpas de la misma manera y con la misma facilidad con la que remueve las gotas que visten su cuerpo con una toalla blanca. Pero las culpas no se van. Y a diferencia de cierta gente con aceleraciones, Clementina solo pisa el freno.
Clemen vive los deseos de otros y pide perdones que no le corresponden. Ella no quiere admitirlo, pero se sabe conformista.
Cada vez que pide perdón, siente la necesidad de darse una ducha. El espejo empañado es su único confesionario, y solo lo es porque no refleja bien, en realidad. Clementina nunca desempaña el espejo después de darse una ducha.
Clementina se siente mal por no ser ella la dueña de las culpas.

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