viernes, 3 de septiembre de 2010

Soledad no quiere estar sola

Soledad no tiene ganas de volver al pasado. Ella solo quiere ver cómo pasa el tiempo y como este afecte su vida.
Soledad piensa en muchas cosas que quisiera y en muchas cosas que ya no quiere. Y admite cuando sola no puede.
Soledad no quiere estar sola, pero tampoco quiere estar con gente.
—A estas alturas, quizás él tenga los ojos podridos —piensa mientras mira al árbol desnudo delante del cielo gris a través de la ventana.
Cada vez que se extiende para poder agarrar ese aparato que tan bien y tan mal la comunica, recuerda cómo fue y, automáticamente, sabe cómo será. Entonces no agarra el aparato. Y vuelve a mirar por la ventana.
Soledad no se siente mal. Vive bien, se divierte, ocupa su tiempo libre de la forma que quiere. Quizás lo ocupe demasiado, y ya no tenga tanto tiempo libre como para tirarse en el piso, al costado de la cama, para mirar el techo y encontrar nuevas marcas de polvo o alguna telita de araña que no había visto todavía.
Pero Sole se quiere ocupar porque no tiene ganas de frenar. Frenar implicaría pararse delante de ciertas realidades. Más fácil es pisar el acelerador y seguir de largo. De esa forma, quizás el tiempo pase y todo aquello quede lejos de ella. Soledad quiere que todo aquello quede lejos de ella.
Pero algún día Soledad tendrá que frenar. Soledad sabe que tendrá que frenar, solo que no todavía. Y no todavía porque tiene la esperanza de que para ese momento en que se vea obligada a pisar el freno, todos tengan los ojos podridos.

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