jueves, 18 de noviembre de 2010

Todavía la escucho

Yo ya me desperté. Hace rato me desperté. Me levanté, fui al baño, bajé, preparé el mate, volví a la pieza, empecé con las monografías, todo, todo. Ya hice todo eso. Hace rato me desperté.
Pero, todavía la escucho. Mi sueño fue raro, y todavía la escucho. Yo conocía la historia en el sueño. Yo sabía que se hablaba de su existencia en mi sueño. Igual, en mi sueño, me aventuré a subir, me aventuré a escalar, me atreví a reirme de la historia mientras subía, me animé a entrar a la casa, no necesité generar valentía, me metí en la casa. Me sentí como en mi casa. Me aventuré a subir las escaleras, me animé a entrar en la habitación más lejana de la planta más alta, me atreví a tocar las cosas. Me extrañó que haya luz eléctrica, me sorprendió la cantidad de piedras arriba de la cama sin una partícula de polvo. No había polvo. Me sentí a gusto de sentarme a leer las inscripciones extrañas que había en cada piedra. Ya casi era dueña del lugar. Y la escuché.
Escuché la risa, escuché de dónde venía, y me aventuré a abrir la puerta del armario sin un poco de miedo. No recuerdo su aspecto. No recuerdo qué vi. Sé que era ella y estaba ahí. Y se rió. No cerré la puerta. Sé que corrí. Sé que me fui. Y mientras me iba, escuchaba su voz. Su voz susurraba mi nombre, más precisamente, mi apodo. ¿Cómo supo mi apodo? Lo susurró repetidas veces y todas esas veces retumbó en toda la casa.
Se que salí y que al bajar, me cai. Y me desperté. Hace rato me desperté. Y en todo este tiempo de estar despierta la escuché susurrarme.
Yo ya me desperté, hace horas me desperté. ¿Me desperté?
No sería la primera vez que me como el amague.

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