"No importaba que el mundo pareciera seguir obstinadamente fijo en sus antiguos ideales, en su concepto tradicional de la guerra, el heroísmo y el honor, y que toda voz de verdadera humanidad sonara más lejana e irreal que nunca. Todo esto era tan solo superficie, lo mismo que los fines exteriores y políticos de la guerra. Bajo ella, en lo hondo, se formaba algo nuevo. Algo como una nueva Humanidad, pues había muchos hombres, y alguno de ellos murió a mi lado, para los cuales era ya evidente que el odio y el furor, la matanza y la destrucción, no se hallaban ligados a los objetos. No; los objetos, lo mismo que los fines, eran puramente casuales. Los sentimientos primordiales, incluso los más violentos, no iban contra el enemigo; su obra sangrienta era tan solo una irradiación de lo interno, del alma disociada y dividida, que quería enfurecerse y matar, aniquilar y morir, para nacer de nuevo. Un ave gigantesca rompía el cascarón. El cascarón era el mundo y el mundo había de caer hecho pedazos".
Herman Hesse. Demian.
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