miércoles, 26 de enero de 2005

Final

Corría por un bosque, escapando de algo o alguien, desesperada por no ser encontrada, escondiendome entre árboles y plantas que no existían, que nunca estuvieron ahí y nunca lo estarán. Ocultandome de esa presencia maligna, que yo sentía respirar a mis espaldas. Tratando de encontrar un lugar en donde nadie pueda verme, reconocerme o encontrarme. Mirando al cielo pude ver las ramas de los árboles tapando a penas un poco de luz que se asomaba del sol, y se escondía entre las nubes.
El tiempo pasaba, y seguía escapando, corriendo, escondiendome de aquello que no sabía, que era, que me perseguía, me buscaba. La luna asomó su cara por aquel cielo azulado, de a poco dejandome a oscuras, enredé mi pie entre una rama dejandome caer al pasto, entre nervios tratando de soltarme, sin tener éxito. Me rendí, dejé de intentar lo imposible. En un momento veo una sombra que se acercaba, pensé en pedir ayuda, pero luego recordé que estaba siendo perseguida, y decidí quedarme en silencio, con la esperanza de no ser descubierta. Pero sabía que yo estaba ahí, sabía que ya me tenía en sus manos, sin escapatoria. Se acercaba lentamente. Llegó a mi lado, y se paró delante de mi pie enredado. Me miró con sus hermosos y llamativos ojos rojos, dejandome total y completamente imnotizada. Desenredó mi atrapado pie sin sacarme la mirada de mis ojos impactados. Yo me puse de pie y pensé en escapar por un instante, pero luego entendí que ya no había lugar donde ir, que mi destino no era seguir corriendo eternamente. Hizo un movimiento acercandose un paso más a mi y pude distinguir, reconocer. Extendió su mano esperando que yo la tome, así que me acerqué con un pequeño paso, y estiré mi mano para unirla con la suya. En el mismo instante que mi mano tocó su mano, nos dimos un beso, se hizo una luz blanca que aclaró todo el lugar y dejé de estar en ese bosque, que nunca estuve, y que nunca existió, mientras escuchaba llantos y lamentos que no sabía de donde venían. Nuestros labios se separaron, estabamos parados en la nada y mirandonos fijamente a los ojos desaparecimos.
Del otro lado de mis ojos cerrados se encontraban mis seres queridos quienes lloraban mientras miraban mi cuerpo inherte recostado en una camilla, sin aliento, sin latir, sin vida. Me enamoré en aquel bosque, me enamoré de la muerte, y me entregué al eterno descanso cayendo sobre sus brazos y acariciando su boca con la mia.

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