miércoles, 15 de junio de 2005

(Capítulo 2)

El miedo seguía dejandome inmóvil.
Y yo, escuchando sus pasos. Quise asomamrme para ver quién era. Pero no pude. El temor era más fuerte que la voluntad. Así que solo me quedé, ahí parada, sin nada que hacer.
Escuchaba cómo me buscaba, creo que se quedó parado mirando a su alrededor, buscandome con la mirada. No me encontró y sentí sus pasos salir de la habitación y descender por las escaleras.
Entonces sequé mis lágrimas causadas por el susto, y decidí acercarme al teléfono, lentamente, para llamar a la policía.
Afuera, el viento no dejaba de soplar, y al instante una fuerte lluvia se desató con truenos que causaron palpitaciones en mi cuerpo.
Tomé el tubo, dandole la espalda a la entrada de la pieza. Y antes de poder marcar, un resplandor en la ventana me obligó a soltar el teléfono, dejándolo caer al suelo.
Me agaché, tapé mi cara con las manos y traté de dejar a la calma apoderarse de mi mente, pero fue inútil el intento. Temblaba, lloraba.
Agarré el teléfono nuevamente, me puse de pie e hice mi mayor esfuerzo por marcar. Logré discar los números, pero la línea murió a causa de la lluvia, o eso es lo que quise creer.
No había manera de comunicarme con autoridades que puedan venir en mi rescate. La desesperación se dejaba notar mediante los fuertes latidos de mi corazón.
Volví a escuchar su presencia. Miré a todos lados, busqué un escondite con mis ojos, ventanales de mi alma, quienes dejaban a la luz el temor que sentía internamente. Tomé la decisión de irme a la terraza de la casa. No me molestaría el mojarme, solo quería estar a salvo de aquella persona, que mi mente sabía que la finalidad de su presencia era lastimarme, torturarme hasta la muerte. Estaba asustada. Pero luego pensé que si me encontraba, allí definitivamente no tendría salida, y sería más fácil de atrapar. Lo cierto es que no tenía otro lugar donde quedar oculta, y se acercaba, se acercaba esa persona, y se acercaba la hora de que todo esto termine. Quizás termine con mi vida, o con la suya. No lo sé realmente, y no sé si quisiera saberlo.
Sus pasos, la puerta, la luz, la lluvia, los truenos, el miedo, mi mente, el llanto, la oscuridad, nuestras respiraciones; la suya más tranquila, con placer; la mía agitada, con temor; la agonía, la adrenalina, el pudor...
Sabía que yo estaba ahí, sabía que me tenía entre sus manos, que yo no tenía escapatoria. Volvería por mí. Estaba volviendo por mí. Sentí el roce de sus manos contra las paredes mientras volvía a subir por los escalones que llegaban a la planta alta donde me encontraba yo, en mi habitación. Luego, hubo un silencio, ni pasos, ni roces, ni respiraciones. Ni siquiera pensamientos. Yo seguía de espaldas a la puerta, y no tuve valor para darme vuelta, ni de moverme, nuevamente. Baje la vista, rogué porque no entre y no me viera. Pero el silencio seguía gobernando el lugar, así que de alguna forma estaba tranquila. Cuando largué un suspiro de alivio una mano tapó mi boca para evitar que un grito escapara. Mis ojos abiertos de par en par y la desesperación de mi cuerpo, tratando de escaparse, nos dejó caer a ambos en el suelo; y luchando para soltarme, patée el velador dejando una completa oscuridad en el cuarto.

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