En un rezar por rezar —ni yo lo llamaría rezar—, porque no rezo, nunca rezo, pues no creo en el rezo ni el dios ni en nadie de esa gente; supliqué aquella noche por esta mente y rogué ante la nada, testigo fue la nada, que me dé un respiro, un suspiro y un adiós. Y que me despierte algún ente barato en un acto de pureza y maldad, que hace tiempo que no siento el alma partida y las incontenibles ansias de pasar un largo trago amargo de inextricables sensaciones ambivalentes, todas y cada una de ellas ambivalentes. Y así ser el plato de algún hombre que carezca de motivos y razones; como el hambre, como la sed, como la mismísima vacuidad de un ser, mi ser.
Y falencia satisfecha.
Y falencia satisfecha.
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