miércoles, 27 de enero de 2010

Y ya que estamos, dame fuego

Tengo tiempos de soledad, tengo ratos de angustias y tengo momentos de entretenimiento. Tengo espacios de ocio y horas de responsabilidades.
Cotidiano.
Tengo miles de cosas materiales, tengo infinita cantidad de regalos que me han hecho, tengo muchísimas fotos, tengo algunos videos, tengo películas, tengo discos, tengo cajas donde guardo cosas del pasado, tengo cuadernos y tengo un espacio en donde escribir lo que se me antoje –esto, por ejemplo–.
Cosas.
Tengo ganas, tengo planes, tengo cosas para hacer. Tengo ánimo, tengo pila, a veces tengo fiaca y otras veces, miedo de que nada salga bien. Pero igual, lo hago. Pero igual, intento.
Proyectos.
Tengo tanto y todavía nada. Podríamos decir que solo tengo la idea.
Podríamos decir..., y espero que podamos decirlo solo por ahora. Porque, en serio, tengo más que un mundo de sensaciones.

martes, 19 de enero de 2010

Nota personal

Espero nunca olvidarme de estas palabras. Espero nunca olvidarme de este pensamiento y por lo tanto, espero no dejar que me pase.

Espero nunca convertirme en una señora de esas que no solo se le nota, sino que uno siempre opina lo mucho que le hace falta una bueeeena... Pero, una bieeeen bueeeena.

lunes, 18 de enero de 2010

Resurrección y la puta madre...

¿Es tu vos? ¿Es mi yo? ¿Será su él? ¿Será su ella? Yo soy yo.
Tan rápido lo vi. Tan rápido lo lamenté. Lamenté no tener nada. Lamenté el hecho de que sólo haya agua... Y notas. Cuando las ideas se caen a pedazos y se desarma toda la imaginación. Automáticamente después de eso, una patada va enfilada con todas las ganas directo a la nuca de uno.
Y hubo dos días de paz en aquella vida de año pasado. Hermosa mañana, amistoso despertar. O mejor, dormir. Como en casa. Como en un principio. Como debería quedar siempre. Intacto así.
A veces el suicidio no es suficiente y hay que dejarse matar. Ojo, no siempre es bueno que uno mismo se ate la soga al cuello y espere al verdugo para que termine lo que uno empezó. Hay casos en los que no hace falta. Y el trabajo debe ser enteramente mérito de otro. Y así fue. Así fue como una sola oración me violó –o quizás no haya sido violación– con recurrentes palabras.
Hoy, ahora, y como por un mes más, hay silencio. Hoy, ahora, floto donde las olas no rompen.
No puedo quejarme. Hace casi un mes que no paro de morir.
Después de todo, este mar sin toda esa sal no sería mar. Aunque, a este cuerpo mal no le vendría dejar de ingerir alcohol por unos dos o tres días nada más.

miércoles, 13 de enero de 2010

...

En un segundo casi pierdo la vida.
Se nubló mi vista. Y todo pareció derrumbarse.
En un segundo...
El agotamiento de viajes y vidas desapareció. Ya nada importaba.
Un segundo más adelante me encontré desparramando objetos sin razón de ser. Tirando a mis costados cosas que no me importaban en lo más mínimo.
Y nada fue importante. Nada fue lo que tenía que ser. No interesaban las humedades. Aquellos objetos no tenían utilidad alguna. En un segundo, todo eso se fue. Sus nombres, sus valores, sus vivencias conmigo. No importaba ni el hecho de que haya necesitado cargarlas en una mochila de tamaño considerable para poder sobrellevar unos días en algún lugar lejano.
Nada era importante.
En un segundo casi me entrego a los brazos de aquella muerte que alguna vez me besó en algún bosque que jamás existió.
Todo eso, en unos pocos segundos.
Pero, por suerte, ya encontré el cable del iPod.

lunes, 4 de enero de 2010

Sólo sola

Sola.
Yo estoy sola. Prácticamente, vivo sola.
Duermo sola, hablo sola, como sola, viajo sola, camino sola. Me miro y estoy sola.
A nadie le reprocho esta condición, o sí. Pero, me lo reprocho a mí misma. Me lo reprocho sola. Y, en realidad, no es un reproche.
Solo. Él también está solo. No sé qué tan solo.
No sé si duerme solo, si habla solo, si come solo, si viaja solo o si camina solo. Pero lo miro y está solo.
Dudo que a alguien le reproche esa condición, o quizás sí lo hace. Pero, ojalá se lo reproche a él mismo. Ojalá que se lo reproche solo. Y ojalá que, en realidad, no sea un reproche.
Solos. Ellos están solos. Vaya uno a saber qué tan solos.
Vaya uno a saber si duermen solos, si hablan solos, si comen solos, si viajan solos, si caminan solos. Vaya uno a mirarlos y no estarán solos.
Ellos le deben reprochar a varios esa condición, o quizás no. Pero con sólo verlos de lejos uno puede darse cuenta de que no se lo reprochan a ellos mismos. No se lo reprochan solos. Y parece ser el peor de los reproches.
Todos estamos solos. Vinimos y nos vamos solos.
Adornen, tapen, decoren, pinten, guarden, escondan, maten..., lo que quieran y cuanto gusten. A mí no me importa.
Él y yo estamos solos. Sólo somos solos. Y quizás sea una de las cosas en la que más nos parezcamos pero, a la vez, la que nos separa. Entonces, acá estoy... Sola, mirando por la ventana. Atenta y distraida. Pensando en el fracaso de todos esos cables que de la calle se pegotean a esta estructura de cascotes intentando conectarme con todos esos solitarios, despiadados con sus soledades, cuando lo único que necesito es estar sola.