jueves, 14 de octubre de 2010

A esas alturas

Muchos se han sentido identificados. Muchos otros les han puesto cara —una cara redonda al parecer—. Podríamos decir que sería fácil identificarse, y también podríamos admitir como una posibilidad la puesta de cara —redonda, claro—.
Cada una de ellas es persona, y asumo que toda persona podría sentirse, en algún momento de su vida, de la misma manera que se mostraron ellas cuando las presenté.
Aprovecho esta oportunidad para aclarar que yo no soy ellas. Yo no soy Sole, tampoco soy Luci Dulci, tampoco soy Clemen y tampoco soy Vicki. En algún lado lo aclaré: las entiendo, sé de lo que hablan, comprendo qué les pasa y cómo se sienten; pero no soy ellas.
Cada una tiene su historia y sus motivos. Cada una se plantea las cosas de una manera un tanto horrible y otro tanto melancólica. Quizás, y por lo que puede extraerse de cada texto, eso sea lo único que tengan en común.
Tengo que decir que las considero particulares personajes. Pero más particular que ellas, fue aquél día...
Aquel día había sido uno de esos en los que la ciclotímia del clima da por resultado el paso de lluvia a sol y de sol a lluvia apróximadamente cada diez o quince minutos. Podríamos decir que, finalmente, ganó el ánimo de verano, más o menos, a eso de las siete de la tarde.
Todo pasó en una esquina. Un cruce de cuatro caminos que, si bien de distintos puntos de partida y de distintos destinos, algo tienen que ver entre sí. Y no sé si me refiero a las calles.
Podría describir hasta el más mínimo detalle de todo ese escenario. Pero no quiero irme por las ramas. No quiero decir nada de aquella casa de colores de otoño; o de la que la enfrenta con paredes de ladrillo; o tampoco de la otra casa blanca con la pintura descascarada; y por ende, tampoco de aquella otra a medio construir y a medio abandonar.
Y en ese mismo orden venían ellas. Soledad, por la cuadra que bordeaba el lado derecho de la casa otoñal. Luci Dulci, por la vereda derecha de la casa de ladrillos a la vista. Clemen, por la derecha de la casa de descascarada pintura blanca. Y finalmente, Vicky por el costado derecho de la casa a medio construir y a medio abandonar.
Como si esto fuese ficción, como si se lo hubiese ensayado, las cuatro caminaban a la misma velocidad y direccionadas hacia el mismo destino: el cruce de las dos calles de las cuatro casas. Entonces, lo particular se hace presente en el instante en que las cuatro llegaron a las correspondientes esquinas y frenaron. Y la ciclotímia del clima volvió a desparramar unas cuantas gotas de lluvia.
A esa altura de las circunstancias, y mirandose las unas a las otras, todo se mostró muy claro, como si para cada una de ellas, las otras tres representaran un espejo de alguna realidad. Hubo un trueno ensordecedor.
Entonces, Soledad quiso estar sola. Lucía Dulcinea quiso dejar de respirar. Clementina no sintió ni una culpa. Y Victoria no se sintió un fracaso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ocultan algo, las cuatro se dirigen a un mismo punto, hay un centro, SU centro de atracción.
Donde ,por mas diferencia que tengan, es ahi, en ese punto donde se unen, queriendo dejar de estar sola,dejar ahogándose en su culpa.
que viste ese día en particular??
que reflejó ese centro??
creo que victoria lo sabe...

S

tiviandra dijo...

Todo escritor oculta algo y todos lospersonajes de cada escritor, también.
En este caso, todas lo saben. Pero saben versiones distintas, también.
No te apures, los finales felices duran solo instantes. En realidad, son el comienzo de la historia.
El primer encuentro entre ellas es el final feliz. Encuentro superficial, pero que las marca para toda la vida.