miércoles, 29 de septiembre de 2010

Tengo memoria para las fechas

Puedo enumerar algunas.
Un 27 de septiembre mi papá se fue a vivir a Canadá.
Un 02 de octubre recibí un beso que no esperaba recibir.
Un 25 de febrero entendí lo sola que estaba.
Un 12 de marzo empecé a fumar.
Un 17 de diciembre toqué el piano delante de mucha gente.
Un 01 de agosto alguien publicó en internet una canción que fue escrita para mí.
Un 18 de junio alguien se acordó de que yo me quedé con algo suyo.
Un 24 de octubre pisé por última vez la casa de Belgrano.
Un 11 de noviembre alguien me robó un beso en la puerta de una pizzería de Lavalle.
Un 14 de octubre alguien confesó no amarme.
Un 22 de enero mi hermano mayor me dio la bienvenida al mundo.
Un 06 de noviembre sentí la náusea por primera vez.
Un 07 de noviembre le puse cara a la gente de mentira.
Un 15 de septiembre le dije a alguien que me gustaba.
Un 05 de abril fui a lo de una amiga porque necesitaba llorar.
Un 16 de julio entendí que no podía seguir al lado de una persona.
Un 11 de marzo me resigné.
Un 16 de agosto tomé una muy mala decisión.
Un 11 de octubre pensé en mí.
Un 13 de enero alguien me mató con una oración.
Un 14 de noviembre conocí a una persona hermosa.
Un 19 de diciembre pasé la noche en una comisaría y fue muy divertido.
Un 12 de abril mandé a la mierda a alguien.
Un 07 de enero me di cuenta de que yo ya no era igual.
Un 14 de marzo amanecí al costado de una ruta.
Un 12 de julio di un abrazo que dijo más de lo que ya había dicho yo.
Un día como el aquel, crei haberme dado cuenta de que nada de todo esto era relevante; de que, a esa altura, no quedaba nada de todo ello; de que a nadie le importaba de lo que yo me acordara y de que solo una gran pelotuda como yo podría sentarse a escribir algunas de las fecha que recuerda.
Y un día como hoy me doy cuenta de que es más relevante que muchas otras cosas que están ahí y acá "juntando polvo".
En alguna medida, somos lo que nos pasó.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Los dos más parecidos

Los dos más parecidos se fueron el mismo día. Claro que lo hicieron con años de diferencia. Aunque los años puedan traducirse a "una semana".
No pidamos un pronto regreso. Pidamos un regreso que sea copado. Y si no es regreso, que sea encuentro. Pero siempre uno que sea copado.

Clementina se siente culpable

Clementina tiene todo lo que una mujer de su edad tiene que tener, e incluso más. Realmente no tiene mucho de qué quejarse. Pero todas las cosas hermosas que tiene son opacadas por una sola cosa: Clementina es dócil, demasiado.
Dentro de su altruismo, es cobarde. Y por sus miedos a lastimar al resto, se olvida de ella.
—A esta altura, quisiera poder perdonarme y no olvidarlo —dice, envuelta en una toalla, delante del espejo empañado.
Clementina tiene ganas de limpiar todas sus ajenas culpas de la misma manera y con la misma facilidad con la que remueve las gotas que visten su cuerpo con una toalla blanca. Pero las culpas no se van. Y a diferencia de cierta gente con aceleraciones, Clementina solo pisa el freno.
Clemen vive los deseos de otros y pide perdones que no le corresponden. Ella no quiere admitirlo, pero se sabe conformista.
Cada vez que pide perdón, siente la necesidad de darse una ducha. El espejo empañado es su único confesionario, y solo lo es porque no refleja bien, en realidad. Clementina nunca desempaña el espejo después de darse una ducha.
Clementina se siente mal por no ser ella la dueña de las culpas.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Dulce Lucía Dulcinea

Lucía Dulcinea, muchacha que casi caso omiso hace a su segundo nombre. Menos edad de la que lleva a cuestas aparenta, por sus delicados rasgos y sus rizos que caen a un costado. Pero eso es todo lo que tiene de dulce.
De haberla usted conocido a Lucía Dulcinea...
Lucía Dulcinea no sabe exactamente lo que es llorar. Sabe que lo hizo alguna vez, pero no tiene recuerdo de haberlo hecho, mucho menos de lo que se siente.
—Él tampoco me sirve. A esta altura, ya debería estar en la basura —, dice en voz baja mientras apoya con desprecio papeles en un escritorio.
Ante todo demuestra indiferencia. A Lucía Dulcinea lo único que le importa es satisfacer el capricho del momento. El resto no existe. Ni pasado ni futuro ni nadie más. Ella y su presente es todo lo que entiende por real.
No guarda rencores ni tampoco recuerdos. No tiene melancolía ni una meta determinada. Lucía Dulcinea vive acorde a sus caprichos. Lo que atras queda, muere. Y de lo que vendrá se ocupará cuando corresponda.
A Lucía Dulcinea no le importa si otro deja de respirar, siempre y cuando no esté dentro de sus necesidades del momento. Que otro deje de respirar no afecta a su respiración, mientras ella respire nada más importa. El resto es solo un acompañante del contexto. Tampoco se preocupa por saber que ella dejará de respirar algún día. Ese día no es hoy.
A Lucía Dulcinea no le molesta dejar de respirar, le molesta que dejar de respirar no le sirva para su capricho del momento.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cosa difícil de hacer

Y seguramente, ustedes aportarán miles de ejemplos.
—¡Cálculos de estructuras! —, gritan desde el fondo.
—¡División molecular! —, se oye desde un costado.
—¡Operar a corazón abierto! —, desde el frente, alguien grita.
—¡Aprenderse un solo de Hendrix! —, dice desaforadamente alguno desde un rincón a la izquierda del salón.
Y si es por seguir ejemplificando, podríamos estar todo el día, o incluso más. Pero, les pido un poco de humildad. Les pido que no se vayan tan lejos. Seamos más simples.
Cosa difícil de hacer: caminar con alpargatas sobre un piso mojado.

Por un poco de humor

Hizo un chiste. Rió.
Dio la putísima casualidad de que coincidía en tiempo, acción y espacio con cierto hecho real.
Lo culparon de un crimen que no cometió.
Ahora vaguea por el repudio y por la deshonra. Nadie le cree, nadie le creerá.
Hasta él se cree culpable. Hasta él se repudia y se deshonra.
Y no volvió a reir.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mil veces lo dije

Podría yo decir mil veces que me suicidé y creo que de todas esas, solo unas pocas —me atrevería a decir que ninguna— usted podría entender de qué se tratan. Va más allá del sustantivo "suicidio" y va muchísimo más allá del verbo "suicidar" y de todas sus conjugaciones.
Yo puedo decir mil cosas que usted no podría comprender. Incluso podría darle un sentido equívoco. Y esto ocurre por una cuestión básica: poco y nada sabe usted de mi vida y de mis formas.
Y respondo: ¿cuántas? Bueno, que usted sepa, ninguna.
Uno más o uno menos, no importa. No hace diferencia. Pues usted sigue siendo para mí lo que yo dije que era, durante alguna mañana de sucesos inexplicables y casualidades absurdas. No malinterprete, pues aquello sigue siendo una verdad, así como también sigue siendo una atracción.
Podría usted decir mil veces mil cosas con respecto a nada o con respecto a todo. Y yo podría hacerme cargo o no. Jugar con las palabras es gratis, siempre y cuando nadie salga malherido.
Digamos que este texto no tiene razón de ser. Pues, yo podría hablar con mis formas y usted podría malinterpretarlo. O así, usted podría decir mil cosas y yo no hacerme cargo.
Yo no fui la que se desvaneció en el sueño. Solo dejé que usted pudiera respirar en paz. Eso no significa que yo haya muerto. Pero, entiendo que ya no importa. Quizás me hice cargo o quizás malinterpreté. Asumo que usted dijo que ya no importaba.
Las cosas se hacen de errores. Y por errores se deshacen, también.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Descamisado domingo

Si él estuviera cerca y muy mal y muy bien comunicado, yo le podría decir que escuché la avioneta pasar a la madrugada.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Cómo sé que no morí

¿Cómo sé que no morí?
Hace horas que no veo a nadie.
Lo último que recuerdo fue que apagué las luces, me acosté en la cama y le di play al genial y fantástico concierto del cielo.
¿Cómo sé que no morí? El último contacto que tuve con gente fue por medio de la computadora. Y, ¡vamos!, tranquilamente podría no ser real. No vi a quien tenía que ver ni hablé con quien debía hablar. ¿Y si morí cuando me fundí? Me sentí fundir, y como para no fundirse con esas voces y la oscuridad y la cama y el piano y el fin...
Cuanto mínimo, ¿cómo sé que esto no es un sueño? Cuántas veces he mezclado sueños y realidades. ¿Cómo sé que no estoy en una especie de "noche boca arriba"? Bueno, eso es fácilmente descartable. Yo no soy ni seré nunca tan interesante como los personajes que Julio creaba. Si quiera soñarme creación de Julio sería creerme mucho más de lo que soy.
¿Cómo sé que no estoy en algún más allá? Allá (o acá) podría escucharse la voz de Janis sin ningún problema. También me podría fundir.
Pero asumo que no morí.
En caso de haber muerto, supongo (y espero), estaría haciendo otra cosa más divertida, o por lo menos más particular, y no así, limándome las uñas ni leyendo un mensaje de quien tenía que ver o respondiedole otro mensaje a la persona con la que debía hablar.
El tiempo ajeno afecta al propio. Si otra persona hubiese sido puntual, yo no estaría dudando de mi condición de viva.

Nos cruzamos en diciembre

Y recuerdo que por agosto le dejé dicho algo (seguro que todavía no se enteró) que tenía que ver con lo que dijo en junio sobre aquello que había pasado en abril, siempre bello abril. Y que bastante relacionado estaba con el enero anterior.
Septiembre ya casi va por la mitad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cuarto día y contando...

Como cuando de la nada pasás a una brusca e inesperada soltería —aunque nunca nada de esto es realmente repentino; siempre hay antecedentes; el punto de quiebre es otro en verdad y la ruptura es la manera que queda para dejar de caretearla—. En la..., ¿"desesperación"? No, mejor sería "desesperanzación"..., o mejor dejémoslo en la "angustia" y el "despecho". Sí, ahí me gusta más. Entonces, en la angustia y el despecho, intentarás salir corriendo a los brazos de algún alma caritativa que pueda darte un poco de consuelo.
Terrible error, corazón. No es cuestión de reemplazar, es cuestión de aprender a convivir con la ausencia.
Y todo eso se asemeja, en alguna medida, a dejar de fumar.
Semana y media de decisión tomada. Cuatro honestos días y contando..., vengo bastante bien.

martes, 7 de septiembre de 2010

Violencia Kikas

Muchas de las cosas que escribí en este blog, hoy, me dan asco.
Y va más allá de que hoy sea uno de esos días en el que te empiezan a doler las tetas; o en el que la mocosidad preprimaveral rompe las pelotas con eso de no dejarte respirar como correspondería, la puta que lo parió.
Asco, dije.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El cuento de la Vieja Pipa

—Me tengo que ir, porque tengo que ir al cotillón y a llevarle los papeles a la de Avellaneda, pero fijate que va a venir tu prima, así que si viene, le enchufás esto y le decís que dije yo que después la llamo, porque me tengo que ir, que tengo que hacer muchas cosas y además tengo que pasar por...
—Bueno, ¿a qué hora vas a volver, má?
—Y mirá, tengo que ir al cotillón, y después a llevarle los papeles a la de Avellaneda, después tengo que ir a la mercería y de ahí voy...
—Pero, yo no te pregunté a dónde tenías que ir, te pregunté a qué hora ibas a volver.
—Pasa que tengo que ir al cotillón, y después llevarle los pa...
—Vieja, ¿a qué hora vas a volver?
—Bueno, yo te digo que tengo que ir al cotillón y desp...

Mi madre y la impotencia sexual: historias de nunca acabar.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Soledad no quiere estar sola

Soledad no tiene ganas de volver al pasado. Ella solo quiere ver cómo pasa el tiempo y como este afecte su vida.
Soledad piensa en muchas cosas que quisiera y en muchas cosas que ya no quiere. Y admite cuando sola no puede.
Soledad no quiere estar sola, pero tampoco quiere estar con gente.
—A estas alturas, quizás él tenga los ojos podridos —piensa mientras mira al árbol desnudo delante del cielo gris a través de la ventana.
Cada vez que se extiende para poder agarrar ese aparato que tan bien y tan mal la comunica, recuerda cómo fue y, automáticamente, sabe cómo será. Entonces no agarra el aparato. Y vuelve a mirar por la ventana.
Soledad no se siente mal. Vive bien, se divierte, ocupa su tiempo libre de la forma que quiere. Quizás lo ocupe demasiado, y ya no tenga tanto tiempo libre como para tirarse en el piso, al costado de la cama, para mirar el techo y encontrar nuevas marcas de polvo o alguna telita de araña que no había visto todavía.
Pero Sole se quiere ocupar porque no tiene ganas de frenar. Frenar implicaría pararse delante de ciertas realidades. Más fácil es pisar el acelerador y seguir de largo. De esa forma, quizás el tiempo pase y todo aquello quede lejos de ella. Soledad quiere que todo aquello quede lejos de ella.
Pero algún día Soledad tendrá que frenar. Soledad sabe que tendrá que frenar, solo que no todavía. Y no todavía porque tiene la esperanza de que para ese momento en que se vea obligada a pisar el freno, todos tengan los ojos podridos.